Gracias, Jane Brody, por animarnos a ser mejores

Pero mis columnas favoritas, de lejos, han sido las que presentaban a la propia Jane aceptando su cuerpo envejecido, compartiendo sus batallas y disfrutando de todo lo que la vida puede ofrecer. En 2005, Jane hizo la famosa crónica de su doble operación de rodilla, aportando honestidad a los retos y el dolor de la rehabilitación después del procedimiento. Algunas personas temían que la columna disuadiera a otros de buscar tratamiento, pero Jane siempre creyó que más información era mejor, aunque no siempre fuera lo que los demás querían oír. Afortunadamente, escribió una segunda parte: “Tres años después, rodillas hechas para bailar”. Las rodillas nuevas de Jane han hecho senderismo en Costa Rica, Tasmania, Perú y Australia, y han recorrido en bicicleta Vietnam, Sudáfrica, Chile, Polonia y Portugal.

Conocí a Jane en 2007, durante una reunión de la sección de Ciencia del Times, mientras estaba sentada en una mesa de conferencias con sus compañeros reporteros, tejiendo con locura. (El hecho de que Jane tejiera durante las reuniones forma parte de su leyenda en el periódico). Se detenía de vez en cuando para dar su opinión sobre una idea para una historia de salud. Años más tarde, cuando Jane se trasladó a la redacción de Well, la convencí para que escribiera sobre su pasión por el tejido. La columna fue un éxito.

Jane siempre se ha adelantado a su tiempo. Mucho antes de la Gran Renuncia, Jane escribió sobre la oportunidad de reinventarse, compartiendo sus propios objetivos de viajar, aprender español y asistir a más conciertos y conferencias. A sus 70 años, llevó a sus cuatro nietos a un crucero de la naturaleza en Alaska y a un safari en tiendas de campaña en Tanzania, sobre el que también escribió. Adoptó un cachorro de bichón habanero, Max, y compartió la historia de cómo lo convirtió en un perro de terapia. Todavía está buscando un profesor que la ayude a aprender a tocar el bandoneón, un instrumento parecido al acordeón que es popular en Argentina.

Sin embargo, creo que la mayor fortaleza de Jane ha sido servir como una voz reconfortante en momentos de incertidumbre. Abordó un tema tabú en su libro Jane Brody’s Guide to the Great Beyond, un manual para ayudar a las familias a prepararse para el final de la vida. Apenas un año después, puso en práctica sus preceptos cuando a su esposo, Richard Engquist, le diagnosticaron un cáncer de pulmón en fase 4. Siempre pensando en sus lectores, compartió su historia personal de vivir con el diagnóstico fatal de su esposo; luego, tras su muerte, escribió sobre su congoja en un artículo titulado “El dolor de perder a un cónyuge es singular”.

En el peor momento de la pandemia de COVID-19, Jane escribió sobre cómo se enfrentó a la vida en el encierro. Jane elaboró una de las columnas más populares de su carrera a los 80 años, cuando compartió sus ideas sobre cómo envejecer con gracia. Me encantó que aceptara ser la anfitriona de una animada conversación con el doctor Anthony Fauci sobre cómo vivir bien hasta los 80 años y más. Con motivo de su cumpleaños número 80, compartió este consejo:

Esfuérzate por hacer lo que te gusta durante todo el tiempo que puedas hacerlo. Si las vicisitudes de la vida o los achaques de la edad obstaculizan una actividad preferida, modifícala o sustitúyela por otra. Ya no puedo patinar, esquiar o jugar al tenis de forma segura, pero todavía puedo montar en bicicleta, hacer senderismo y nadar. Considero que la actividad física diaria es tan importante como comer y dormir. No acepto excusas.

Aunque Jane no acepta excusas para sí misma, es muy compasiva con los problemas de salud de los demás, incluidos mis propios desafíos para perder peso. “La gente tiene todas las formas y tamaños”, me dijo Jane. “No todos estamos destinados a parecernos a las modelos de pasarela o a las bailarinas de ballet, ni tampoco deberíamos desearlo”.

Dicho esto, estar en presencia de Jane tiende a sacar lo mejor de la gente. Recuerdo estar esperando el ascensor con algunos invitados en un evento del Times hace unos años, cuando de repente oímos la voz de Jane retumbando en el pasillo.

“¡Ahí viene Jane!”, dijo alguien. De inmediato, quedó claro que ninguno de nosotros quería que Jane nos viera tomar el ascensor, así que todos corrimos hacia las escaleras justo cuando ella doblaba la esquina. Jane, por supuesto, se dirigió directamente a las escaleras, y todos la seguimos obedientemente.

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